Ni mi mujer ni yo nos caracterizamos por ser muy creyentes. A pesar de ello, nuestro hijo está en un centro religioso bastante progresista (dentro de lo que cabe), semejante a aquellos en los que nos educamos nosotros y de los que tenemos un buen recuerdo. Llegado el momento de empezar la catequesis para su primera comunión, no dudamos en apuntarle ya que él mismo ha mostrado su interés por hacerla. Es muy probable que no sepa su significado (como la inmensa mayoría de los niños, por otra parte), que lo haga porque sabe que habrá una fiesta y muchos regalos, pero si lo quería hacer nuestras convicciones laicas no son tan fuertes como para empecinarnos en algo que podría hacer que se sintiera aún más diferente con relación a sus primos, compañeros...
Dada la ingente cantidad de actividades que tiene después del colegio, fuimos a la parroquia más cercana, que es precisamente la Catedral, y que para mayor ventaja celebraba la catequesis en el propio colegio de nuestro hijo. Yo tenía dos prejuicios: uno de ellos era independiente del lugar al que acudiésemos. Pensé que tal vez algún clérigo de los que campan ahora por los pagos más cerriles de la iglesia podría descolgarse diciendo que un niño así no está listo para recibir un sacramento tan importante. Este prejuicio, aparentemente, era más bien una "empanada mental" mía, pero el otro tenía más visos de ser real. Amigos que sí se consideran creyentes, incluso practicantes, nos advirtieron de que la Catedral estaba "tomada" por los elementos más integristas de la Iglesia.
No es de extrañar, pues, que cuando mi mujer fue a hablar con el sacerdote para apuntar a nuestro hijo a la catequesis, éste se sintiese obligado a recordar que era "muy conveniente" objetar a la asignatura de Educación para la Ciudadanía... Peor fue que, aunque mi mujer le expusiese el problema de nuestro hijo y que le llevábamos allí para que estuviese con otros compañeros de su clase que le conocen desde hace cinco años, aquello le entrase por un oído y le saliera por el otro. ¿Qué hizo? Reunir en el mismo grupo, dirgido por una anciana que ya no cumple los 70, a todos los niños con problemas: el nuestro, hiperactivos, etc. Lo supimos porque coincidió con nostros la madre de un niño que va al mismo gabinete psicológico que el nuestro. Mi primer prejuicio no pareció, pues, que fuese una mera entelequia.
Como no podía ser de otra manera, y al igual que han hecho otros padres ante la actitud déspota y trabucaire del susodicho sacerdote, lo hemos llevado a otro sitio. Allí le dará la catequesis la madre de una compañera de clase (que está en el mismo grupo que él) que es profesora y además relacionada con la educación especial. Hemos pasado de las sombras siniestras de lo más rancio y reaccionario de la iglesia a la típica parroquia de barrio obrero, mucho más cercana y tolerante. Seguiremos sin ser creyentes, pero al menos ahora estamos más seguros de dónde dejamos a nuestro hijo...
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