06/06/2017

Saga Norén


Más de una vez he hablado por aquí de personajes reales o ficticios a los que se asigna un síndrome de Asperger, casi siempre para decir que no parecía el caso. Sin embargo, cuando ya voy por la mitad de la segunda temporada de la serie sueco-danesa Bron-Broen (El puente) es más que claro que una de sus protagonistas, la policía sueca Saga Norén (homicidios de Malmoe) es una Asperger de libro.

No me ha hecho falta avanzar tanto para tenerlo claro. Desde el principio sus respuestas lacónicas, su decir siempre lo que pensaba sin tener en cuenta las consecuencias, su aparente falta de empatía (en seguida matizaré esta cuestión), sus rígidas y a veces pedestres costumbres, su modo de hacer las cosas -siempre hay que cumplir los protocolos y la más mínima desviación merece una denuncia-, todo ello me llevó a concluir de inmediato que este personaje es Asperger.

Sin embargo, al menos para mí, no creo que esta circunstancia esté mal enfocada. Muchas veces me hace sonreír, pues su dificultad para entender las convenciones sociales y su reacción ante ellas no ponen en ridículo a Saga, sino a la propia convención. Saga se ha convertido, pues, en una de mis heroínas y si despierta algún sentimiento en mí es siempre de ternura, nunca de conmiseración.

Conmiseración nunca porque es una mujer que tiene las cosas muy claras, incluso sus propias limitaciones. Sabe que es muy buena, la mejor en su trabajo. Y en su vida también sabe lo que quiere. Cuando empieza a convivir con su pareja guarda distancias, a su manera peculiar, que él en principio acepta. En ningún momento parece un ser desvalido, necesitado de ayuda. Sin embargo, la idea que muchas veces proyecta en los demás es la de una persona fría, un robot sin sentimientos y así se lo hacen saber sin tapujos en una ocasión. Es entonces cuando pronuncia una de las frases que más me han conmovido. Cuando un compañero intenta consolarla por lo que le acaban de espetar ella responde: "Ya me han dicho más veces que no me duele el sufrimiento de los demás. Y no es verdad". Ella no siente la necesidad de expresarlo, pero lo sufre.

Saga lee libros que saca de la biblioteca para "intentar ser mejor". Mejor amante, mejor compañera. Se esfuerza por reír cuando cree que alguien ha dicho algo gracioso. Da extrañas palmadas de ánimo a su compañero cuando ve -cree- que lo necesita. Sigue, a su manera, los consejos de su compañero para relacionarse mejor con la gente y, así, por ejemplo, se pone delante de la madre de su novio, la mira fijamente y le pregunta: "¿Dónde vives?" La otra le contesta y le habla de un lugar que está bastante lejos. "Eso está bien", dice Saga, "está comprobado que cuanto más cerca viven los padres de tu pareja más interfieren en tu relación y más posibilidades hay de que funcione mal". La otra no puede sino responder: "Me acabas de conocer y ya me dices que te alegras de que viva lejos..."

Serían infinitos los ejemplos que podría traer. Pero me quedo con lo principal. Tenemos un personaje Asperger del que se presentan sin limar aristas los problemas con los que se enfrenta a la hora de relacionarse con los demás, pero que sale airoso del embate y provoca -al menos a mí- que se le tome cariño. Tal vez sea lo contrario de lo que pretenden los guionistas de la serie...

Yo, sin embargo, lo interpreto como un ejemplo de que un Asperger -siempre que no concurran otros problemas de tipo cognitivo, por ejemplo- puede llegar donde quiera, aunque le cueste.

10/02/2017

Se avecinan cambios

En condiciones normales, tener una bitácora sin movimientos durante casi dieciocho meses es algo muy negativo, que provoca que quien te siga deje de hacerlo. Este medio tiene su gracia precisamente en la agilidad de sus actualizaciones, en que haya noticias frescas, cosas nuevas. Sin embargo, en mi caso lo veo de otra manera: no había nada interesante que contar, lo cual se puede traducir en que la vida es casi normal. (Por otra parte y en mi descargo diré que para eso, para noticias frescas, mantengo una página en Facebook que se mueve más, aunque también es muy mejorable).

Sin embargo, se avecinan cambios. Unos cambios que ya están sugeridos en la última entrada que publiqué aquí, en julio de 2015, cuando faltaban poco menos de dos meses para que comenzase el curso pasado (2015/16). Gran parte de lo que allí se dijo se podía haber trasladado hasta unos meses después, bien entrado el curso, cuando de nuevo se planteó la posibilidad de que, dado el alejamiento cada vez mayor entre la adaptación curricular de nuestro hijo y los conocimientos que se procuraba transmitir a los compañeros del mismo curso, pensásemos en pasar a la educación especial.

De ese modo fuimos a ver un colegio de esta modalidad en el que había diversas opciones de formación profesional. Tal vez podría cuadrar en alguna de ellas en función de sus capacidades. No nos disgustó el sitio, que aún no voy a nombrar por aquí -cada cosa a su tiempo-, y poco después llevamos allí a nuestro hijo para que una de las profesoras se entrevistase con él para ver si "encajaba", dicho esto en muy buen sentido, que no es otro que su presencia allí realmente fuese útil para su desarrollo futuro. El resultado fue positivo.

Cuando ya estábamos casi convencidos de que este curso 2016/17 iría allí, en su colegio actual nos dijeron que quizás el cambio iba a ser demasiado drástico. Estaba terminado 3º de la ESO (quiero recordar que solo desde el punto de vista "cronológico", no de conocimientos) y acaso sería bueno para él tener la idea de "fin de ciclo", esto es, cursar allí un 4º de la ESO "cronológico" (como es evidente, no va a obtener el título) y luego marcharse, como seguro harán unos cuantos de sus compañeros, que bien pasarán a estudiar formación profesional o bien harán el bachillerato en otro centro. Algo "natural", pues.

En el entretanto, se han abierto varios centros de educación especial en Getafe, donde vivimos, y mi chica, que es mucho más inquieta que yo y gusta de tocar varios palos antes de tomar una decisión, los ha visitado, pero ha visto que no eran adecuados para él (no ha sido una apreciación suya, sino que las mismas personas que allí la atendieron se lo dijeron). Lo cierto es que en España tenemos un problema en este sentido. Hay alumnos, como nuestro hijo, cuya situación cognitiva hace difícil, por no decir imposible, llegar a los conocimientos de un 3º o 4º de la ESO, incluso con adaptaciones curriculares; sin embargo, lo que se ofrece en la educación especial es demasiado poco para ellos. Por así decirlo, hay un abismo entre las dos situaciones que de momento nadie parece ser capaz de rellenar.

Así que hemos regresado a aquel otro colegio, donde, muy amablemente, nos indicaron hace casi un año que entendían nuestra decisión de mantenerlo en su colegio actual y que allí guardaban el expediente de nuestro hijo para ocasiones futuras. Hemos vuelto a ir con él, esta vez para que lo valorase uno de los profesores de formación profesional y otra vez nos ha dicho que sí que ve posibilidad de encaje en alguna de las diversas especialidades que allí tienen (aunque él está empecinado en convertirse en jardinero).

Se avecinan cambios. El cambio a la educación especial, aunque podemos decir no sé si con satisfacción que nuestro hijo ha sido capaz de estar en la enseñanza ordinaria durante todo el periodo obligatorio. Mérito suyo, de sus profesoras y también del colegio, el Jesús Nazareno, que, como ya he dicho en otras ocasiones por aquí, pasó de no tener apenas infraestructura de apoyo a ofrecer hoy en día un aula especializada en alumnos con TEA. Un mundo, desde luego...

(Como posdata, ya que tiene muy poco que ver con lo anterior, diré que a nuestro hijo le hicieron una prueba genética que se enmarca en un estudio general de los TEA y su relación con alteraciones del genoma. Sus resultados no han sido muy claros, no han llevado a ningún terreno conocido. Así que el siguiente paso es que nos estudien a nosotros, a mí y a mi chica, los papis. Ya os contaré qué sale de todo esto -si es que sale algo.)